lunes, 28 de julio de 2025

 ILO EN LOS ´PLANES DE LA EXPEDICIÓN LIBERTADORA.

Desde que se hubo diseñado la expedición que llevaría a José de San Martín hacia las costas de Perú, varios planes se propusieron para hacer esto posible, muchos de ellos “redactado por persona inteligente, conocedora del país que tiene de singular ser la antítesis del plan de San Martín” (Mitre, 1903). 

Entre los informantes que desde Perú enviaban datos al libertador, hubo uno de apellido Silva quien afirmaba que una fuerza de 3500 hombres desde Jujuy y otra de 5500 desde Valparaíso, debía partir hacia el Perú desembarcando en Ilo o Arica, apoderarse de Tacna y Arequipa para luego pasar hacia el Alto Perú (La Paz, Cochabamba Potosí) donde se uniría con el ejército que procedía de Jujuy y batiría al enemigo. Luego pasaría a Tacna desde donde se iniciar la marcha hacia Cañete, cercano a Lima. (Mitre, 1888).

Sobre el tema, hay que recordar lo que escribió Tomas Guido en “Memoria del oficial mayor de la secretaría de guerra del gobierno de Buenos Aires, Tomas Guido, sobre la necesidad de la reconquista de Chile” (Ponz Muzzo), cuando alcanza la siguiente recomendación:

“En el momento de posesionarse de Chile, debe el general disponer una expedición de quinientos hombres con un jefe de crédito y resolución, dos piezas de artillería y los mil fusiles a bordo de los buques a desembarcar en el puerto de Moquegua con el objeto de insurreccionar toda la costa de Tacna, y las provincias de Puno, Cusco y Arequipa y auxiliar lo esfuerzo magnánimos de los naturales”.

Para 1818, la costa de Moquegua sigue figurando en los planes y recomendaciones que San Martín recibe de diferentes fuentes. Una de esas recomendaciones, que procedían José Fernández Paredes y José García, “naturales de la esclava capital de Lima”, indicaba que:

“El ejército de Chile no debe detenerse de ningún modo en los puntos inmediatos a la costa de donde desembarque; ha de pasar lo más posible a situarse en el Desaguadero u Oruro, desde donde está a la mira de las atenciones que ocurran y entonces disponedor de las provincias y guarniciones de Cochabamba, La Paz, Puno, Arequipa, Cuzco y Huamanga. Con solo el tránsito de él, desde la costa al Desaguadero, lo quedarán unidos los valles de Tacna, Sama, Locumba y Moquegua, y por supuesto los puertos de Iquique, Arica, Pacocha y también el de Mollendo”.

El 22 de mayo de 1819, el mismo Tomas Guido le escribe a José de San Martín sugiriéndole la idea de Pacocha, mientras calculaba el costo de una expedición hacia las costas del Perú:

“Si se pudiese contar con los fondos actuales del ejército de los andes aquí y en Mendoza y con cien mil pesos que nos remitiesen de Buenos Aires para octubre y los cien mil restantes de la contribución de este Estado, que no se incluyen para pago de la compañía, estimo una suma suficiente para los aprestos de maestranza y fondo de una caja militar, mucho más si nuestro desembarco hubiese de ser en Moquegua”.

Finalmente, como ya sabemos, San Martín optó por la ruta marítima hacia Pisco.

El puerto de Ilo, sin embargo, no estaría fuera de sus futuros planes. Tal fue el caso de la expedición de Guillermo Miller hacia el sur.

miércoles, 23 de octubre de 2024

LUCAS MARTÍNEZ VEGASO. EL PRIMER ENCOMENDERO DE ILO.

 

En 1540, Lucas Martínez Vegaso, recibía de manos de Pizarro una encomienda en la que se consignaba el valle de Ilo, convirtiéndose en uno de los primeros españoles beneficiados con estos repartos.

Martínez nació en Trujillo de Extremadura entre 1511 y 1512; fue hijo de Francisco Martínez Vegazo y Francisca de Valencia. A los 19 años se embarcó hacia las Indias junto a los hermanos Pizarro. Su condición de soldado de a pie estaba expuesto a mayores dificultades y recibía una paga mínima cuando se trataba de repartir oro y plata. En Coaque, por ejemplo, solo recibió 14 pesos.

Participó en la toma de Cajamarca y fue testigo de su juicio; como consecuencia, recibió una cantidad que lo sacaría de la condición precaria: recibió 135 marcos de plata y 3 380 pesos de oro, fortuna con la que formó junto a Alonzo Ruíz una Compañía para la conquista del Perú. De allí su vida cambió pues fue reconocido como uno de “los de Cajamarca”, nombre dado a los primeros conquistadores, y el origen de la naciente aristocracia social española en América. Lo primero que hace es adquirir uno o dos caballos, pues ellos otorgaban prestigio social y rango militar, pero fundamentalmente le permitía a su dueño recibir en los repartos de botines un pago superior casi en cuatro veces al que recibía el soldado de a pie.

Martínez acompañó a Gonzalo Pizarro hacia Pachacamac y recorrió casi toda la Sierra central pasando por Jauja, Tarma, Huánuco Viejo, Huamachuco, convirtiéndose en el español que más había recorrido el Perú. De Cajamarca partió hacia Jauja y llegó al Cuzco a fines de 1533, donde participó en el saqueo autorizado por Pizarro, correspondiéndole un solar en el Hatun Cancha, 2.000 pesos ensayados de oro y cerca de 1517 pesos en plata, lo que aumentó su fortuna en dos millones de pesos. En agosto de 1535 Pizarro le entregó en encomienda los indios Carumas, y de Ubinas. En 1537 fue regidor del cabildo del Cusco.

De Cuzco, Martínez pasó a Lima en donde inició algunos negocios. Cuando se hizo necesario fundar una ciudad en el sur para que sea la escala hacia la capital del Imperio y facilite la conquista de Chile, Pizarro seleccionó entre los primeros conquistadores a Martínez, convirtiéndose en vecino notable de Arequipa, recibiendo, además su última gran encomienda que comprendía toda la zona sur, incluyendo el valle de Ilo, que lo consolidaba como rico colono, poderoso encomendero y próspero comerciante. Tenía treinta años de edad.

Señala Efraín Trelles (“Funcionamiento de  una encomienda peruana inicial”) que Lucas Martínez no formó familia ni dejó herederos, pero tuvo como compañera a una morisca de nombre Beatriz que lo sirvió y acompañó casi hasta el final de sus días y le dio una hija. Afectado por una úlcera que lo conduciría a la muerte, hizo testamento en Arequipa el 20 de noviembre de 1565 ante el notario Pedro de Valverde. En el dictó una cláusula destinada a los indios de Ilo; en ella señalaba que tenía en la villa de Ilo una huerta y una viña, propiedades que dejaba a los indios que las trabajaban para que la cobren, beneficien y gocen del fruto, para ayudar a pagar sus tributos y puedan quedarse con ella por el servicio que le habían prestado.

 Luego de arreglar sus cuentas y pertenencias, debió decidir el destino de lo sobrante, pues la corona y sus enemigos los Villegas estaban detrás de sus ricas encomiendas. Por ello hizo su última jugada: se casó con María Dávalos del Castillo. María Dávalos, una hermosa mujer de 25 años, era hija de Nicolás de Rivera, alcalde de Lima y de doña Elvira Dávalos quien le pidió 20.000 pesos por el matrimonio, cantidad que se redujo a 12.000 pagados al contado. El matrimonio de ambos se celebró el 20 de abril de 1567 en la cama del moribundo quien no podía ni sentarse. 

Nueve días después, a las tres de la tarde, Lucas Martínez Vegaso entregaba su alma a Dios.

Imagen: detalle del testamento de Martínez en el que se identifica su firma. ("Crónicas Tarapaqueñas")

domingo, 7 de junio de 2020


LOS MOQUEGUANOS EN LA GUERRA DEL PACÍFICO

El 7 de junio se escribió una de las más gloriosas páginas de la historia republicana: el coronel Francisco Bolognesi se enfrentaba a su hora decisiva ante la exigencia de rendición alcanzada por el ejército chileno. Su respuesta, “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”, ha quedado en nuestra historia como una frase llena de dignidad, de sacrificio y de amor a la patria.
La Guerra del Pacífico ha sido el hecho más significativo de la historia nacional, incluso, me atrevería a decir, más que la propia independencia nacional pues nos marcó como nación. El sacrificio de Arica, como el que sucedió el ocho de octubre en Angamos, nos dieron dignidad y orgullo en la derrota y sirvió de bálsamo para soportar las terribles consecuencias de los años subsiguientes y es un permanente recordatorio de nuestro compromiso como peruanos.
Miles de peruanos ofrendaron su vida en este hecho. Yo quiero recordar, como un homenaje a los defensores del Morro, a los moqueguanos que estuvieron junto a Bolognesi y los que estuvieron presentes a lo largo del conflicto, gracias a un trabajo que hace años realizó Manuel Zanutelli (1982).
El coronel Manuel C. De la Torre Barbachán defendió la plaza de Arica con el grado de teniente coronel, siendo tomado prisionero y permaneciendo en esa condición en Iquique hasta la firma del tratado de Ancón. Estuvo presente en San Francisco y Tarapacá y de él escribió el contralmirante Lizardo Montero “Dicho jefe cumplió con su deber y fue uno de los que más se distinguió en esa celebre hecatombe tan honrosa que fue Arica.” Fue segundo jefe del batallón Iquique Nº 1, primer jefe del batallón Tarapacá y jefe del Iquique. Luego de la guerra fue diputado por Moquegua en 1889 e integró la Junta Calificadora de prisioneros que estuvieron en Chile en 1890 y entre este año y 1894 ejerció el cargo de cónsul en Iquique.
 El teniente coronel Isidoro Salazar de los Ríos inicio su vida militar como tripulante de la fragata Amazonas (1860) como sargento segundo. Durante la Guerra del Pacífico participó en la Campaña del sur bajo las órdenes de Lizardo Montero y de Gregorio Albarracín. En Arica estuvo como sargento mayor y fue segundo jefe del batallón Iquique Nº 3, siendo hecho prisionero salvando la vida gracias a la acción de un teniente chileno.
José Benigno Cornejo Tapia, en calidad de teniente coronel estuvo presente en las batallas de San Francisco y Tarapacá integrando el batallón de ese último nombre. Su biografía lo ubica en Arica siendo uno de los oficiales convocados por Bolognesi para decidir el futuro de la plaza, siendo su respuesta la de resistir hasta el final. Perdió la vida en el fragor de la batalla mientras los peruanos se replegaban para ganar las alturas del morro.
Medardo Cornejo fue primer jefe de la Batearía Este. Ingresó como soldado raso en el batallón “Voluntarios de Tacna” participando en el combate del 2 de mayo de 1866. Durante la batalla de Arica fue designado segundo jefe de las baterías del Morro, organizando las baterías “Ciudadela” y “Este”, logrando disparar la artillería contra el enemigo, provocando pánico entre ellos. Aunque fue hecho prisionero, logró evadirse con dirección a Buenos Aires.
El coronel David Flores fue un sobreviviente de la batalla de Arica en su calidad de segundo jefe de la torpedera “Alianza”. Participó en la ruptura del bloqueo de Arica enfrentándose a los buques Magallanes y Covadonga, a los que embistió con sus torpedos poniéndolos en fuga. Durante la batalla de Arica, participó en el rescate de la tripulación del monitor Manco Cápac antes de hundir esta nave y su nave se enfrentó a las chilenas que cerraban el puerto, recibiendo el ataque enemigo que los obligó a varar la nave en Punta Picata.  Al día siguiente Flores y la tripulación fueron hechos prisioneros conduciéndolos a San Bernardo.
El torateño Manuel Aduvire participó en la batalla de Tarapacá y combatió en el Morro siendo hecho prisionero. Había participado antes en los bloqueos de Iquique y Arica y en el combate de Iquique. Estuvo también en los bombardeos de Arica entre febrero y junio de 1880. Recibió frases elogiosas de su desempeño de parte de jefes como Manuel de la Torre y Marcelino Varela.
Anibal Alayza Mendoza fue segundo maquinista del monitor Manco Cápac y como tal participó en la campaña marítima contra Chile. El 7 de junio fue hecho prisionero y conducido como muchos otros hacia San Bernardo donde permaneció en la más absoluta soledad, sin recursos y sin atención médica para sus enfermedades. Murió en esa condiciones, a la edad de 40 años, falto de todo recurso  y sin recibir ningún sacramento  por no haber dado tiempo la enfermedad que lo aquejaba.
El coronel Pablo Arguedas Hurtado inició su carrera militar muy joven al lado de Ramón Castilla; en 1879 estuvo en el levantamiento de Nicolás de Piérola cuando éste se convierte en dictador luego de la salida de Prado al extranjero. Participó en la batalla de San Juan como comandante general de la segunda división del norte, cerca del Morro Solar, donde murió mientras montaba a caballo en la primera fila del ataque.
Hoy que recordamos el sacrificio de los bravos de Arica, Bolognesi, José Inclán, Mariano Bustamante, Alfonso Ugarte, Justo Arias Aragüez y otros, dediquémosle algunas notas a los moqueguanos que ofrendaron su vida en defensa de la patria.

martes, 17 de marzo de 2020

EPIDEMIAS Y OTROS MALES


A consecuencia de la presencia del Coronavirus, se me preguntó si habíamos vivido en Ilo situaciones similares o parecidas. Echamos mano a los archivo y esto fue lo que encontramos.
A inicios del siglo XX las condiciones de salubridad existentes en la población no eran de las mejores: muladares en distintos puntos de la ciudad, un servicio de agua potable deficiente, un servicio de alcantarillado inexistente, sin hospital ni botica, eran alguna de estas condiciones. Ilo sólo contaba con una Estación Sanitaria, una de las tres primeras que se crearon en el Perú junto a las de Paita y Callao en 1903.
En este panorama no era rato que se presenten situaciones comprometedoras par la salud.  En diciembre de 1916 se presentó una epidemia de tos convulsiva que obligó a adelantar los exámenes en las escuelas municipales pues las principales víctimas fueron niños. En mayo de 1918 se presentaron algunos casos de angina membranosa que tuvo carácter epidémico; el concejo distrital a cargo de don Augusto Díaz Peñaloza solicitó a la Junta de Sanidad los protocolos a seguir en estos casos y a la Dirección de Salud solicitando suero antidiftérico para atender los casos presentados. Los propios concejales realizaron visitas domiciliarias a fin de evaluar las condiciones higiénicas y detectar a posibles víctimas, ordenándose el aislamiento domiciliario a los atacados por la enfermedad. Volvieron a aparecer los Comisarios de Barrio, vecinos que, de forma ad honorem, hacían vigilancia vecinal y visitaban las viviendas para identificar nuevos casos. En esta oportunidad se cerraron por 15 días las escuelas fiscales.
En octubre de 1919 se presentó una epidemia de gripe en la ciudad y el valle. El alcalde de esa ocasión, Carlos M. Vives, retomó las visitas domiciliarias, se desinfectaron las viviendas comprometidas y se incineraron los muladares en los alrededores. Las escuelas se clausuraron por 20 y se ordenó a los dueños de ganado la construcción de establos especiales con cemento dándoseles treinta días para esta obra.
En junio de 1921, siendo alcalde Pedro Valle, el médico sanitario denunció algunos casos de viruela que afectó a muchos niños; a comienzos de 1922, con motivo de unan epidemia de fiebre amarilla en el Perú, llegó a Ilo los integrante de la Campaña Sanitaria, realizando actividades de prevención y profilaxis. Para muchos debía ser muy fresco la epidemia de fiebre amarilla que mató a varios integrantes de la comunidad asiática a fines del siglo XIX y que fueron enterrados en un lugar apartado del antiguo cementerio.
Quizá la situación de salud más grave fue la peste bubónica surgida a inicios de 1941. En el mes de mayo de ese se detectaron dos casos de esta peste en Tacna procedentes de Ilo, por lo que se dispuso la vacunación general de la población y se procedió a colocar trampas y colocar veneno en todas las madrigueras identificadas, mientras la policía realizaba el control de los vehículos que ingresaban desde Moquegua y Arequipa, exigiendo una desinfección de los mismos y la vacunación obligatoria de los conductores y pasajeros. Se prohibió la crianza de cerdos y cuyes en las viviendas, se realizaron visitas domiciliarias, se incineraron los muladares e incluso se envenenaron perros vagos. Llegó incluso a exhumarse un cadáver que fue enviado a Lima sobre el que se haría un examen a fin de confirmar o descartar la presencia de la peste. Tan grave debió ser la situación que el municipio decidió pagar cincuenta centavos por cada roedor que los vecinos presentasen. Incluso se llegó al extremo de destruir una vivienda en la avenida Ferrocarril.
En diciembre de 1941 ocurrió en el sur la viruela; la respuesta fue exigir a los comerciantes la obligación de exhibir certificados de vacunación antivariólica y del carnet sanitario que acredite buena salud para ejercer su oficio. Se ordenó la caza de roedores, llegando a contar un total de 255 roedores. Se dispuso la vacunación de todos los pobladores, distribuyéndose los certificados sin costo alguno.
Lo último que vivimos en Ilo fue el cólera cuyo primer caso se registró en febrero de 1991 en un pescador proveniente del norte. La zona más afectada, según los reportes oficiales, era la de los pueblos jóvenes y en especial a menores de edad. Su inesperada aparición encontró al sistema local de salud sin los recursos necesarios, llegándose a señalar que los pacientes afectados por este mal deberían pagar su propio tratamiento, cuando en otras circunstancias éste era gratuito. En 1993 aún existían casos de cólera, formándose el Comité contra el cólera que propuso a fines de diciembre declara en emergencia a Ilo por la falte de agua.